martes, 20 de julio de 2010

Estados

Es obvio que las fronteras como las conocemos hoy no deberían existir. Es una de las partes más claras y más fáciles de decir de la utopía. Trabajamos día a día por ello millones y millones de personas en cada rincón del planeta. Pero nuestra vida diaria se mueve casi inevitablemente dentro de un estado, escogido en pocos casos, obligado en general y no reflexionado en la gran mayoría. Un estado que es, en resumidas cuentas, un grupo que por medio de cierta corrupción detenta el poder para organizar ciertas pautas de vida en común y recibir parte del producto de nuestro trabajo.

En la historia de los estados hay muchas cosas por rescatar de las cuales ya ni nos asombramos por ser lógico que funcionen así y que el camino político que nos tocó (o hemos escogido) haya tenido logros. Por otro lado, no hay necesidad de hacer mayor recuento ni investigación para ver las consecuencias de permitir que la corrupción ostente el poder y hay que taparse los ojos o huir para no saber de tantas guerras, tanta destrucción y tanto sufrimiento.

La guerra, la destrucción y el sufrimiento están con nosotros, haya estado o no, pero por acción u omisión nuestros estados las permiten o incluso las patrocinan algunas veces. Alguien me comentó hoy en el metro que Colombia va muy bien con su presidente y su sucesor. Y palabras más, palabras menos, le respondí yo que todavía hace falta independizarnos. La verdad sea dicha, la Colombia que se fundó hace 200 años progresa y se consolida: se acata pero no se cumple.

2 comentarios:

Alejocarozo dijo...

Pendejadas que a uno, como escritor de un blog, le gusta que le digan: Coincido con usted en que es casi inevitable hacer parte de un Estado (con mayùscula para diferenciarlo del estado sòlido, lìquido y gaseoso). No llevarìa la discusiòn a preguntarnos què es un Estado, pues quienes participan de la discusiòn habràn leìdo algo sobre el tema seguramente. La pregunta es entonces: ¿què significa hacer parte de èl?
¿Què grado de participaciòn tiene cada uno de nosotros en el Estado al que se supone afiliado? ¿Se supone que por cargar un ducumento de identidad con un holograma entramos automàticamente en connivencia con lo màs abyecto de quienes ocupan cargos pùblicos? Yo no exagerarìa el pesimismo de equiparar Estado y corrupciòn, pues la segunda ha mostrado manifestarse en muchos otros àmbitos de la vida en sociedad. Serìa un gran placer poder conversar sobre estas cosas nuevamente frente a frente, como lo hacìamos recorriendo nuestras montañas en bicicleta por las mañanas hace algunos años. Un saludo afectuoso.

Diego Andrés dijo...

No decía yo que todos hiciéramos parte de un Estado (creo que no se merece la mayúscula) si no que vivíamos dentro de uno. Por eso lo ponía: escogido, obligado o no reflexionado. La complicidad con la maldad no viene con el documento de identidad. Depende del grado de formación o interés político de cada uno de los "ciudadanos". Creo que los peores cómplices son los que dejan hacer por desidia.

Me mantengo en que el Estado es corrupción, pero claro, no es afirmación en doble sentido, también lo son las mafias y las sectas por ejemplo. Ya quisieran los "políticos" apoderarse de la corrupción completa, pero es tan antigua y está tan metida en nuestra cultura que nunca lo van a lograr.

Seguro que en un paseo en bicicleta nos rendía mucho más la discusión pero difícil está. Pero ya volverán algún día! Saludos y abrazos!